Cuento – Víctor Ruiz – 2 ESO

ときょ (Tokyo)

El mundo está podrido, la gente dejó de valorar lo que tenía hace ya tiempo. La gente consume despreocupadamente todo lo que le das, y es incapaz de valorar lo que tiene. Comer cada día se ha convertido en algo fácil, y poco valorado. Y estoy decidido a cambiar eso.

Hace ya tiempo que planeaba mi estrategia, me preguntaba si lograría que cada persona valorase su vida. Porque, si ya lo hicieran, ¿habría tantos suicidios?

Mi objetivo: Tokio, la ciudad mas poblada del mundo, situada en Japón. Primero me dirigí al bosque Aokigahara, el “bosque de los suicidios”, donde cada año van allí a quitarse la vida un centenar de personas. Me dediqué durante horas a leer los diversos poemas y cartas de suicidio de las personas que decidieron acabar con su vida en ese lugar. Sencillamente miserable: estrés, presión social y depresión en cada rincón es lo que se encontraba en aquel espantoso lugar. La gente se tomaba la idea de morir a la ligera.

Al día siguiente me encontraba en Tokio, preparada para ejecutar mi plan, pensaba darle a la gente el enfoque correcto. Puede que sea una mentalidad extremista, pero si no lo hiciera a lo grande, la gente se olvidaría en nada, y mi intento de mejorar las cosas quedaría en el olvido.

Eran las 6 de la mañana, y había llegado demasiado lejos como para echarme atrás. Llegaron las 6:05, y era hora de poner en marcha mi plan: con un nerviosismo indescriptible cogí el mechero que llevaba en el bolsillo y me acerqué sigilosamente al detector de incendios del ayuntamiento. Sin mucho preámbulo lo encendí y el edificio se sumió en el más profundo caos al escuchar los oficinistas el estrepitoso ruido de la alarma.

El edificio se fue desalojando poco a poco, las plantas más altas ya estaban desalojadas, entonces detoné la primera de las cargas explosivas que había colocado en el edificio. Las 3 últimas plantas volaron por los aires. La gente se escandalizó más aún: estaban tan acostumbrados a que todo saliera bien y que no hubiera problemas que no sabían reaccionar. Estaban perdidos, tenían miedo y eso era bueno, cuanto más cerca estuvieran de la muerte, más valorarían su vida. En unos minutos fueron añadiéndose más edificios al caótico panorama, y poco a poco llegaron a ser 7 los edificios afectados por las incansables alarmas. Las últimas personas estaban saliendo del primer edificio afectado, y” afortunadamente”, justo al salir, se activaba otro conjunto de explosivos que hacía al edificio colapsar, con la suerte de que todo el mundo se había evacuado ya. Y, tuve el gran honor de ver como los otros 6 edificios iban cayendo de la misma forma. Las caras de terror de la gente me resultaban bastante satisfactorias, el saber que habían estado tan cerca de morir les había hecho más comprensivos a la muerte. Estoy segura de que ahora valoraban mucho más su vida.

Al final, los incidentes se saldaron con 0 muertos y 0 heridos, había cumplido mi misión y estaba satisfecha. Ahora, el hecho de que mi enfermedad me estuviese consumiendo poco a poco no me importaba tanto, sabía que había gente que valoraría más la vida que a mí se me escapaba. El cáncer estaba ya muy desarrollado y no podían pararlo, así que me dispuse, después de mi buena obra para la sociedad, a disfrutar al máximo el poco tiempo que me quedaba. ありがとうございます。