El día en que se pararon los relojes, de Núria de Manuel

El día en que los relojes se pararon… Aún lo recuerdo, después de todo este tiempo ese día sigue grabado en mi mente como si no hubiera pasado el tiempo. 

El tic-tac de los relojes era lo único que se escuchaba en la habitación vacía. Desde el mostrador de madera donde estaba sentada, decidí que observar la estancia donde me encontraba por décima vez era más interesante que acabar mis deberes. Todas las paredes de la tienda de mi abuela eran de un color verde oscuro que, mezclado con los cientos de relojes que colgaban de las paredes y expuestos en vidrieras y el polvo que flotaba en el  ambiente, le daba un aspecto antiguo y casi triste. Un grito proveniente del piso de arriba me sacó de mi trance, mi abuela Selene me avisaba de que la cena ya estaba lista. Subí las escaleras del piso de dos plantas hacia la cocina para una cena rápida y ser mandada de inmediato a asearme e irme a dormir. Mi abuela solía ser muy estricta con eso, una de las cosas que menos me gustaba de quedarme a dormir en su casa cuando mis padres a veces se iban de fin de semana.

No podía dejar de oír el sonido de los relojes ni en mis sueños. El sonido se iba intensificando cada vez más en mi cabeza mientras un tic-tac que se repetía más lento y fuerte que los demás me empezó a inquietar y a causarme una extraña ansiedad hasta que me desperté sobresaltada. Los sonidos cesaron entonces menos, qué suerte la mía, aquel tic-tac que me había despertado, resonaba por toda la habitación, pero, a la vez, tan solo en mi cabeza. Salí a la oscuridad del pasillo para darme cuenta de que mi abuela dormía y malhumorada decidí bajar al piso de abajo para terminar aquella bromita y destrozar aquel reloj con un martillo si hacía falta. La luz de la luna que entraba por las cristaleras situadas en la entrada de la tienda le daba una aspecto tétrico a la estancia, creando largas y finas sombras entre los relojes. Intenté seguir el sonido para ver si me llevaba a algún sitio concreto mientras mi nerviosismo crecía. El tic-tac no hacía más que aumentar y las sombras parecía que me seguían y cambiaban. Al final acabé en una esquina de la tienda, delante de un gran reloj de madera oscura con un gran péndulo que se balanceaba a un lado y al otro. El sonido parecía provenir de ahí pero había un problema, el péndulo no se movía a la misma velocidad ni hacía el mismo sonido de el que yo aún escuchaba. Miré a mi alrededor para ver si me había perdido algo pero en esa semioscuridad no vi ninguna otra posibilidad. Decidí echar un vistazo y palpar sus costados para ver si encontraba algún cajón escondido, no sé, en las películas a veces pasaba. Al no encontrar nada me agaché para ver debajo de las patas del reloj , cuando la suerte me sonrío por primera vez aquella noche. Allí debajo, vi una pequeña silueta de la que, sin ninguna duda, provenía el sonido. Tuve que pasarme unos cinco patéticos  minutos agachada con la cara contra el suelo pasando mi mano por el suelo lleno de polvo a ciegas hasta poder encontrar y sacar el objeto. Era una cajita de metal dorado de la medida de la palma de mi mano y de forma ovalada. En la tapa de arriba, ocupando todo el espacio, tenía incrustada una gema blanca. Cuidadosamente la abrí y quedé maravillada. La caja estaba dividida en dos, en la parte de abajo tenía una trampillita con un grabado de un círculo, dentro del cual había tres dunas de arena con la silueta de un pájaro en la central y un cielo estrellado con la luna. Abrí la trampilla para descubrir que abajo estaba llena de lo que parecía arena. La parte de arriba estaba llena de engranajes y ruedas pequeñas, pero la mitad estaban cubiertas por una lámina donde se sostenían las agujas de un reloj. Y hasta allí llegó mi alegría, porque las aspas estaban paradas. De repente, todos los relojes se detuvieron. Miré a mi alrededor asustada antes de devolver la mirada al reloj que sostenía cuando me di cuenta de que los engranajes habían empezado a girar a toda velocidad, aunque las agujas aún no se movían. Una sensación de mareo y asfixia me invadió mientras caía al suelo de rodillas. No podía soltar el reloj, que ahora parecía que me quemaba la piel. Las sombras entonces se abalanzaron sobre mí. Cerré los ojos mientras sentía que me desgarraban la piel y caía en el vacío. Sus chillidos resonando en mi cabeza. Tal y como había empezado terminó y abrí los ojos para encontrarme en… ¿Dónde demonios estaba? La oscuridad lo llenaba todo, pero parecía una cosa palpable, como niebla. Pequeños puntitos de luz aparecían y desaparecían aquí y allá. Con mi vista desenfocada y un mareo aún muy presente vi que, aparte de tener los brazos ensangrentados con lo que parecían cortes, aún seguía sosteniendo el reloj.