Rumbo a la felicidad, de Berta Monserdà

El agua se acaba pero yo sigo ahogándome. Demasiado viento, no puedo respirar. Cada vez vienen con más frecuencia estas espantosas tormentas de desierto, que en vez de agua, levantan arena. Me refugio en una cueva cercana. El ruido disminuye y por fin puedo pensar con claridad. 

Me llamo Menelik y no sé cuántos años tengo. Llevo viviendo en esta cueva toda la vida, desde que mi familia se marchó.

Escucho un pequeño sonido: es mi cuerpo que me pide comida. Mi único alimento son las sales que me proporcionan las paredes de la cueva. El agua, de unas flores que crecen más al fondo. Sé que tendría que partir hacia el norte y alejarme de este desierto que tantas desgracias me ha traído: pero no puedo. Vivo gracias a esta cueva, que es dónde me refugio y que también es mi comida y mi bebida. Salir sería un suicidio pero el secreto para salir adelante es comenzar. Algún animal podré encontrar pero agua ya casi no queda. Los pocos ríos o lagos que quedaban se han secado y ahora solo queda el agua de la lluvia: un agua que no recuerdo haber visto jamás. 

Han pasado diez años desde que decidí abandonar mi guarida. Ahora vivo en Túnez, en el norte de África. Llevo aquí unos cuatro años, los otros seis que han pasado son los que usé en venir hasta aquí. Al llegar me tuvieron que enseñar a vivir en sociedad. Ahora ya he aprendido cómo vivir bien. Vivo en una pequeño apartamento en una ciudad de costa, mi casa no es muy grande pero tampoco me quejo. Tengo comida, un lugar donde dormir y aquí no hay tormentas. Tormentas de ningún tipo, que no haya de arena está genial pero… La ciudad se está quedando sin agua para las 730.000 personas que viven aquí. Hace diez años, los ríos y los lagos se estaban secando, pero ahora muchos de los niños y niñas pequeños no saben ni que existen tales cosas. En los cuatro años que llevo en Túnez, tan solo ha llovido una vez. Este desastre está secando los campos y eso nos dificulta también nuestra alimentacíon. El gobierno sí que comercia llevando comida y agua al país pero, al ir escasos de alimentos, los precios suben y yo no tengo dinero para comer, tan solo unos pocos privilegiados de buena familia pueden llegar a vivir bien pero como dice ese proverbio, cáete siete veces y levántate ocho, así que yo seguí con mi método. Cambiar el mundo. Sé que es algo que se propone mucha gente. pero yo no soy como ellos. Ellos quieren cambiar el mundo en general, yo quiero cambiar mi mundo. Quiero cambiar mi vida, conocer personas nuevas, tener un trabajo, ir a cenar a algún restaurante e incluso escribir algún libro cuando me surja la oportunidad. Quiero vivir esa vida de la que me privaron. Quiero volver a mi infancia y ver que todo esto ha sido un sueño. Por qué tenemos que aceptar que hemos crecido si nuestra infancia ha sido inexistente? 

Yo quería vivir, quería cambiar mi triste e desapercibida existencia, y eso es lo que me proponía a hacer, pero ¿como?

El otro día fui al pozo como hago cada mañana. Me llevé mi jarrón del agua y salí de casa montado en mi vieja bicicleta. Cuando tan solo me faltaban dos minutos para llegar, empecé a sospechar que algo no iba bien. Por el camino, me iba encontrando a mujeres llorando con sus jarrones en la mano y a hombres pegándose y robándose los jarrones llenos. 

Al fin llegué al pozo y lo primero que vi fue algo que no me esperaba, en vez de hacer una fila como cada mañana, la gente estaba apretada y empujándose para coger primero el agua. Yo estaba muy desconcertado, pero como tampoco quería meterme en medio del mogollón, dije en voz muy alta: ¡Eh, chicos, que hay agua para todos, no os peleeis! 

De repente, los que estaban más atrás del pelotón, se giraron hacia mí. -¿Tú eres tonto o qué te pasa?- me dijeron aquellos hombres. -¡El pozo se ha secado! Tan solo quedan 5 centímetros de agua, quien la consiga sobrevivirá.

Aunque yo era el más joven de entre todos aquellos hombres, también era el más inteligente. No pensaba meterme en medio de toda aquella gente así que simplemente les dije “Mucha suerte”, me giré y me fuí montado en mi bicicleta. Yo contaba con algo que los demás no sabían, había vivido muchos años solo en medio del desierto en una cueva. Durante todos aquellos años yo había sobrevivido tan solo con un poco de sal y con unas pequeñas flores. Yo, que ya me temía lo peor, no quise aguantar hasta el final otra vez. Lo primero que hice fue gastarme la mitad de mi dinero en enormes bolsas de tela. Después, me fuí andando hacia una pequeña montaña que había a unos cinco minutos del pueblo. Al llegar vi que había muchas familias con cuchillos u otras herramientas intentando cazar conejos o cualquier otra cosa para comer. La gente estaba desesperada y yo también, pero un objetivo sin un plan es tan solo un deseo. Ellos cazaban conejos y se empujaban en el pozo, yo subí arriba del todo de la montaña y entré en un agujero que tenía localizado desde el principio, desde que llegué a la ciudad. Ese era mi escondite secreto para cuando quería alejarme del ruido de la ciudad. Ese agujero daba a una gran cueva que llegaba hasta abajo de todo de la montaña. Saqué mis sacos de tela y empecé a llenarlos de sal. Llené 10 kilos de sal y 10 kilos más de flores de agua. Me los cargué a la espalda y partí hacia un lugar mejor porque la esperanza es el sueño del hombre despierto.

Hola, me llamo Menelik, tengo entre 30 y 45 años. Mis padres me abandonaron en una cueva cuándo yo debía tener 5 años. Viví en medio del desierto, solo, durante mucho tiempo hasta que me marché a Túnez, donde aprendí a vivir en sociedad. Un día, el agua se acabó y yo tuve que usar mis antiguas herramientas de supervivencia, las cuevas. Ahora, al fin he cumplido todos mis deseos. He formado una bonita família. He estudiado mucho y he ido a muchos restaurantes para celebrar todos y cada uno de mis logros. Me dedico a la espeleología, el estudio de las cuevas y sus formaciones geológicas.

Me llamo Menelik, tengo entre 30 y 45 años y soy escritor.