PREMIS SANT JORDI 2021 – LLENGUA CASTELLANA – PROSA

Marta García – ¿Por qué?

Sentí una ligera brisa y cómo esta movía mis negros cabellos. Pasé de no escuchar nada a oír las olas del mar impactar contra la arena; mis ojos se abrieron poco a poco, logrando visualizar el cielo, azul con nubes blancas, ningún rastro de mal tiempo, parecía ser el día perfecto. No comprendía por qué el sol no me cegó al mirarlo directamente. Levanté la parte superior de mi cuerpo con ayuda de un impulso de mis brazos notando como pequeñas cantidades de arena se deslizaban por mi cuerpo hasta caer al suelo. Miré hacia el horizonte, el océano estaba frente a mi.

Reconocí el lugar, estaba en la playa de mi ciudad. No recordaba cómo había llegado allí. Me levanté con un poco de dificultad y caminé con ligeros problemas de equilibrio. Miré a mi alrededor, lo veía todo sin color, como si el mundo fuera en blanco y negro. Pensé que tenía algún problema en la vista así que me dirigí al hospital más cercano.

Al llegar, me acerqué a la barra de recepción y le llamé la atención a la mujer que atendía a la gente, pero no me hacía caso, ni siquiera mientras daba golpes en la mesa, los cuales ni siquiera yo pude oír, cosa que me hizo pensar que tenía algún problema auditivo. Me alteré todavía más cuando la mujer se giró hacia donde yo estaba, pero me ignoró y se puso a usar su teléfono. Me cansé de que no me atendieran y me acerqué a un doctor que pasaba por allí. Le llamé, pero pasó de largo. Pensé que en ese hospital eran todos unos maleducados.

Decidí despejar mi mente en mi lugar preferido de la ciudad, la biblioteca, que a pesar de ser pequeña, la calidad de sus libros es maravillosa y el ambiente pacifico y acogedor. Nada más entrar, por alguna razón el embriagador olor a madera de roble no inundó mis fosas nasales como solía hacerlo, de hecho, no olí nada, ni siquiera la colonia rancia del viejo bibliotecario. Dejé de lado aquello y me dirigí hacia una de las estanterías donde los libros estaban clasificados por orden alfabético, cogiendo entre mis manos un libro que siempre que iba allí terminaba leyendo. Pasé mis dedos por encima de las letras brillantes que formaban el título de la obra mientras sonreía nostálgicamente. Ese fue el primer libro que leímos mi pareja y yo cuando nos conocimos hacía ya cinco años. Dirigí mi mirada hacia la mesa frente a mí, donde había sentado un niño que me miraba horrorizado, bueno, más bien, miraba al libro. Extendí mi brazo hacia el frente y él lo siguió con la mirada, dando a entender que solo miraba el libro, nada más. Iba a acercarme para preguntar qué le pasaba pero cuando dejé el libro en la mesa salió corriendo probablemente a por su madre. Estaba a punto de marcharme del lugar de no ser porque el infante regresó junto a su progenitora. “Ahí mamá” dijo el niño señalando hacia donde estaba el libro “Cariño, aquí no hay nadie”, respondió con una ligera sonrisa que seguramente se debía a la supuesta gran imaginación del menor.

No presté atención a esa respuesta, solo al abrazo que ambos se dieron, pensando en que me gustaría sentir eso, el hecho de tener un hijo o hija, de verte reflejado en alguien, de ver reflejado el amor de dos personas que se han unido para crear tan bella persona y poder sentirla entre tus brazos y protegerla.

Parecía que en mi cabeza se había encendido un interruptor. Yo estaba decidida a conseguir aquello desde que mi pareja y yo nos pusimos de acuerdo. ¡Tenía pareja y no la había visto en cinco horas!

Rápidamente salí del pequeño edificio y puse rumbo hacia mi casa. Necesitaba verle y saber cómo estaba, cuánto tiempo llevaba dormida y qué hacía en la playa.

Era información de la que seguramente él tendría una respuesta.

Estoy en casa, no sé por qué estoy nerviosa, pero lo estoy. Busco en los bolsillos de mi fina chaqueta tejana, pero por algún motivo no encuentro mis llaves. Recuerdo haberlas guardado esta mañana ahí. No me había dado cuenta de lo malgastada que está mi chaqueta y mi vestuario en general. Supongo que es por estar tumbada en la arena. 

Golpeo la puerta tres veces, pero no puedo escuchar los golpes, es como esta mañana en el hospital. La puerta se abre frente a mí y me permite ver a la hermana de mi pareja, con semblante triste, mirando por un momento hacia el interior de la casa. Me quedo en silencio y me aparto hacia un lado para dejarla pasar; parece no notar mi presencia. Antes de que la puerta se cierre por completo, entro en la casa. Camino despacio por el pasillo de la entrada, normalmente el suelo cruje con tan solo un par de quilos puestos en la madera pero este no emite ningún sonido cuando pongo el pie. Escucho llantos en la habitación principal y acelero el paso al reconocer la voz entrecortada de la persona que murmuraba. Me asomo por el marco de la puerta y ahí estás, llorando, rodeado de papeles llenos de lágrimas. Estás encorvado en el asiento de tu escritorio mientras sostienes algo entre tus temblorosas manos. Me acerco a ti y puedo diferenciar la foto de nuestra última cita, en la playa. Yo llevaba la misma ropa que llevo ahora, al igual que él. “¿Por qué no he sido yo? Ella no lo merecía…” balbuceas entre lágrimas. ¿Por qué lloras? ¿Por qué miras esa foto? “Estoy aquí” digo susurrando en un intento para calmarte, pero pareces no escuchar lo que te digo. Extiendo mi mano con lentitud, dispuesta a colocarla en tu hombro para reconfortarte, pero no esperaba que mi mano traspasara tu cuerpo y que tu cuerpo reaccionara con un escalofrío. 

¿Por qué no puedo tocarte? ¿Por qué no puedo llorar? ¿Por qué no me ves? ¿Por qué no me oyes? ¿Por qué no me sientes? ¿Por qué…? 

Miro hacia el espejo a un lado nuestro, solo te veo a ti.