Concurs literari Sant Jordi 2016

Us recomanem la lectura d’aquest text de la Marina Arloz, de 1r curs de Batxillerat, que va rebre el primer premi de prosa, en la categoria A, de llengua castellana, en el concurs literari de Sant Jordi 2016.

 

Diógenes, el perro.

Llego tarde. Impetro a Cronos que detenga el tiempo. Debería estar en el taller del Maestro a la salida del sol. Éste siempre repite que ser una persona puntual es sinónimo de respeto, y seré castigado sino obedezco a la más simple de sus ordenanzas. Siempre me culpa de mis frecuentes preguntas, según él, es complicado hacerme entender hasta el término más simple. Siempre me compara con un ateniense del que todo el mundo se mofa por su estupidez. Mi único mal, es darle vueltas a las cosas.

Cruzo las calles de la polis tan rápido como me permiten mis piernas. Los tablones de madera que cargo hacen prácticamente imposible mantener el equilibrio. Iba repitiendo en voz baja el recorrido que aún me quedaba. Los músculos me ardían y en mi frente corría un sudor frío, más no por cansancio, sino por miedo. Paso rápidamente por el altar a Atenea hasta llegar al templo de Artemisa, donde suelo descansar cada mañana. Hoy nada consigue detenerme. Por ironías del destino, me detengo en seco y tengo la mirada borrosa. En un momento de nitidez, mi visión se centra en un hombre, a priori, un hombre normal, llevaba un manto, un zurrón, un báculo y, los pies descalzos. Entonces, no creo lo que mis ojos ven, así que enfoco más, como si la imagen fuese a cambiar. Lo que estos ven es real. En el centro del Ágora hay un anciano que, ni corto ni perezoso, se está masturbando a la vista de todos los habitantes de la polis. No puedo evitar acercarme. Voy sigilosamente, como no queriendo perturbar su acto. De un soplo, para, se da la vuelta pero yo no muevo ni un músculo de mi cuerpo, ya es imposible esconder mis intenciones fisgonas. Mi cara de asombro parece extrañarle.

-Buenos días –Me asombré nuevamente. -¿Desea usted algo?

-Discúlpeme mi impertinencia, pero haga el favor y practique este tremebundo acto en donde quiera que usted haya salido. ¿Es que usted cree que es un perro y puede hacer lo que le apetezca? No sé de donde vendrá usted, pero en Atenas no seguimos esta clase de comportamiento tan grotesco.

Me mira con un gesto de indiferencia y dice. – ¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan dócil!

No supe que contestar, con esta frase en mi pensamiento me alejo. Intentándolo comprender. De repente me viene a la mente la cara del maestro, me inmovilizo por unos segundos pero rápidamente agarro mis tablones y corro.

Mientras, no dejo de pensar en lo que acaba de ocurrir, en mi mente se repetía su contestación una y otra vez, haciéndome más y más preguntas a las que no tenía respuesta. ¿Qué es el bien? ¿Qué dictamina que no y qué si es correcto? ¿Cuánto estoy perdiendo por no hacer este mal tan ambiguo? Hasta en el monólogo del Maestro sobre la puntualidad e impuntualidad, que normalmente oía aún ser siempre el mismo, oigo la voz de aquel hombre. Le explico al Maestro el motivo por el cual llegué tarde. Él me toma por un loco, y me dice que no explique estas historias porqué sería el hazmerreir de la polis. Más preguntas aparecen en mi mente. Necesito entender como razona.

Al día siguiente, esta vez más temprano, vuelvo a encontrarme con aquél hombre descalzo, andando inquieto por el ágora en busca de… ¿un hombre? Mi curiosidad hizo que me desviara nuevamente de mi camino para ver con qué podía hoy fascinarme. Al acercarme, no puedo decir nada, solo quiero saber que ocurre, entonces sin decir palabra, me contesta:

– Busco un hombre, busco un hombre honrado que ni con el candil encendido puedo encontrarlo- Y así continua su camino, sin dejarme contestarle. Pero sin poder callarme, dije:

-Soy Andros, trabajo como demiourgós. Para ser francos, sólo soy un aprendiz. Thanos me enseña todo lo que tiene que saber un artesano, desde las ideas, hasta el arte de la creación. Además, me enseña a leer y a escribir. Según el maestro, la cultura es muy importante para…

– Eres un bánauso.

– Eres un arrogante.

– Es cierto, -respondió- que he sido lo que tú eres, pero jamás serás tú lo que yo soy. – No sé qué responder, así que contesto con una pregunta pero a la vez que intento comprender lo que dijo- Quería preguntarle que está haciendo.

– Busco un hombre -dijo firmemente.

– ¡Hay cientos de hombres en Atenas! ¡Yo mismo soy uno! ¿Estás insultando a la mitad de nuestra sociedad llamándonos niños?

– Después de todo, en este lugar sin límites, nuestra sociedad, nuestro infierno, nunca hubo espacio para la principal virtud cínica: la sinceridad.

Me resultaba frustrante no saber qué contestar. Me siento como cuando el maestro me echa en cara el estar en mi odisea mental durante toda la explicación. No dejo de pensar en su persona, me atrae su filosofía, su osadía y sus argumentos irrebatibles. Quiero saber más de él.

Cada mañana, intento desviarme hacia el Ágora en busca de aquél hombre y de sus enseñanzas. Intento rebatir sus argumentos y cuando me es muy difícil, me quedo con su susurro metido en mi oreja, repitiéndome la misma frase durante todo el día, o incluso más, obviando las explicaciones del maestro, y cuando encuentro qué decir, voy a verle. Y se repite la acción. Por primera vez en mi vida, preguntármelo todo me beneficia.

Me estoy empezando a deshacer de mis materialismos más banales. Centrándome en la filosofía y en Diógenes. Veo la artesanía como una forma de perder el tiempo. Fui a buscar a mi referente a su nuevo establecimiento a las afueras de Atenas. Me lo encontré estirado en la hierba relajándose.

-Apártate,-Dijo sin mover un músculo- me tapas el sol. -Me tumbé a su lado, con mucha delicadeza, mirando de no perturbarlo. Como de costumbre seguimos con nuestra charla. Me coloqué en su misma posición. Estamos así horas, intento imitar sus expresiones y buscar la fórmula de esas conclusiones. Ahora no pienso por mí mismo, solo intento averiguar su manera de ver la existencia. A veces me planteo, porqué no pude haber nacido Diógenes.

Tras días planteándomelo, he decidido que a partir de ahora, iré descalzo. Los zapatos más que una ayuda han resultado ser un castigo de los dioses. Intento seguir la vida según los perros, me ayuda a comprender a Diógenes; vivo con lo mínimo, que es lo que realmente necesito. Se podría decir, que soy adicto a su labia. Más que eso.

A medida que pasa el tiempo paso más horas junto a él, ya que dejado de ir a ver a Thanos y ahora solo quedo con mi maestro de filosofía. A veces olvido donde acabo yo y donde empieza Diógenes, empiezo a encontrarnos hasta una semblanza física. Es algo complicado al principio seguir esta filosofía, vivir sin todos esos caprichos materiales a los que he estado encadenado durante todo este tiempo. Mas la práctica hace al maestro y sé que cumpliré mi cometido.

Me dirijo a las afueras atenienses, como cada mañana, camino de encontrarme con mi maestro. Antes me paro en el templo de Artemisa para debatir algunas preguntas con los más eruditos de la polis. Me autoabastezco de superioridad intelectual al dejarles argumentos que les hagan replantearse lo que creen saber. Al llegar al solitario rincón de Diógenes, me estiro en la hierba hasta que éste vuelve de su búsqueda diaria de comida sobrante de los viajeros, cuando le contesto. -Apártate,-dije sin mover un músculo- me tapas el sol. Levanto la mirada para ver su cara de haberse percatado de lo que está pasando, pero antes de poder reaccionar lo maté. Maté con mis propias manos a aquél que creía ser Diógenes, siendo un mero plagio. Me pongo su túnica la vez que hago irreconocible su cuerpo inerte, y a continuación sigo con mi rutina diaria: tumbarme en la hierba donde me dispongo a reflexionar sobre mis suposiciones e ideas, cuando, una gran sombra tapa la luz del sol.

-Apártate,-dije sin mover un solo músculo de mi cuerpo- me tapas el sol.

-Mi nombre es “Alejandro El grande”.

-Mi nombre es “Diógenes El perro”.

Martina Azlor

1r B

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