La suerte hay que buscarla

Aquí os dejamos el texto que ha escrito Enric Creus, de 2 A, para la asignatura de Lengua Castellana. ¡Que lo disfrutéis!

LA SUERTE HAY QUE BUSCARLA

 

Amanda era una mujer peruana que trabajaba de asistenta de una rica viuda, aquí, en España. Llegó desde Perú en el año 1993 para conseguir una vida mejor para ella, su marido y sus dos hijos. Primero vino ella sola y se instaló en el piso de una amiga de su pueblo natal que ya había emigrado antes. Pronto consiguió el trabajo en casa de la viuda, una mujer gorda que se pasaba gran parte del día sentada en una butaca mirando telenovelas. Su jornada era de ocho horas, empezaba a las diez de la mañana (la señora no quería que viniera antes para que no la despertara) y terminaba a las seis de la tarde. Su trabajo consistía en limpiar la casa, ir a comprar, preparar la comida, la ropa (lavarla, plancharla, doblarla y guardarla), bañar a la señora dos veces a la semana y sobretodo escucharla y compadecerla. Al cabo de dos años, había ahorrado lo suficiente para comprarse un sencillo pisito, pero eso sí, en un barrio muy humilde, sucio y dejado de la mano de Dios, donde todos los vecinos eran emigrantes de los más diversos países. Era un cuarto sin ascensor, sin calefacción ni aire acondicionado, con dos habitaciones y muchas baldosas rotas en la cocina y el baño. Pero al menos era su piso y ahora ya podía traer a su familia a España.

Amanda se sintió inmensamente feliz cuando pudo abrazar por fin a sus hijos y a su marido. Dionisio, que así se llamaba su marido, pronto encontró trabajo en la construcción. Era una familia ahorradora, no malgastaban ni un céntimo y aspiraban a que sus hijos tuviesen una vida mejor. En 2003, diez años después de la llegada de Amanda, la familia se planteó comprarse un piso nuevo, más amplio, y sobretodo en un barrio mejor. La señora viuda siempre le decía a Amanda:

– ¿Cómo puedes vivir en ese barrio?¿No te da miedo? Yo de ti me compraba un piso nuevo, de esos tan bonitos que están haciendo en la Rambla.

Amanda y Dionisio fueron un día al banco con la intención de informarse sobre los préstamos y casi sin darse cuenta, salieron con una hipoteca bajo el brazo.

Al poco tiempo ya estaban instalados en su nuevo piso. No podían estar más felices, la vida les sonreía. Pero la vida es como una montaña rusa, y ahora, les tocaba bajar. Llegó el 2008 y con él, la crisis. Dionisio perdió su trabajo. Cinco meses después, dejaron de pagar su primer recibo del banco. Dionisio se pasaba el día recorriendo las calles de la ciudad y los polígonos en busca de un trabajo, pero su esfuerzo fue inútil. Ya debían tres recibos del banco y las cartas amenazantes de éste se apilaban.

Un día llegó una carta del juzgado, ordenándoles que dejaran el piso, que ahora era propiedad del banco. Ellos no se resistieron, y con la más grande de las tristezas, cogieron sus trastos y volvieron al piso de la amiga de Amanda que se compadeció de ellos. Como cada año, cuando se acercaba la navidad, la rica viuda mandaba a Amanda a comprar Lotería. La viuda no era adicta al juego, pero sí solía gastarse mucho dinero en la Lotería de Navidad. Amanda fue a la administración de Lotería que estaba más cerca y compró unos cuantos décimos. Últimamente, Amanda ya no sonreía nunca, no entendía cómo había podido pasar su desgracia. Continuaba teniendo su deuda con el banco y a veces pensaba en volver a su país y escapar de ella.

Llegó el día del sorteo y cuando Amanda se dirigía a casa de la viuda a trabajar vio un gran alboroto en la calle. Era justo delante de la administración de lotería y la causa era que allí se vendió, ni más ni menos, que el premio gordo. Todo eran gritos, risas y botellas de cava. Amanda pensó:

– ¿Y si uno de los décimos que compré para la señora es el gordo?

Fue corriendo hacia la casa con el número memorizado, la señora todavía dormía. Amanda abrió el cajón, revisó los décimos y allí estaba el trozo de papel que valía una fortuna. Se lo metió en el bolsillo y metió los otros en el cajón. Media hora más tarde la señora se despertó, luego se vistió y fue a la cocina para desayunar. Amanda no le comentó nada. Hacia las doce, la viuda fue a su butaca y encendió el televisor. Amanda estaba en la cocina preparando la comida cuando escuchó los gritos de la señora que la llamaba con urgencia:

-¡Amanda, Amanda!¡Corre ven!

Amanda fue corriendo y la señora le explicó que había tocado el gordo de Navidad en la administración donde ella había comprado. La señora se levantó y fue corriendo hasta el cajón. Los reviso una y otra vez, pero nada, no le había tocado el gordo. Amanda le dijo:

-Tiene que entender que en cada administración venden cientos de números distintos.

La señora contestó:

-Seguro que siempre le toca a quien menos se lo merece.

Amanda no contestó, pero pensó que no podía estar más de acuerdo.

Amanda utilizó parte del dinero para saldar su deuda con el banco y medio año después ( para no levantar sospechas ) volvió a su país con su familia y el futuro resuelto.

 

Enric Creus

2n A

 

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